Durante el siglo pasado, a la sombra de la Guerra Fría, bajo un asombroso miedo que se apoderó del mundo en ese momento, se le pidió a C. S. Lewis (1898-1963) que escribiera unas reflexiones sobre el temor que se sentía en el ambiente. Es probable que nosotros no podamos dimensionar lo que significaba vivir en esa época. Sin embargo, la fuerza aterradora de la energía nuclear hizo que la idea de la extinción de la humanidad pareciera plausible de una manera nueva y profundamente terrorífica. O al menos eso pensaba la gente.
En su respuesta a tales sentimientos, Lewis enmarca la bomba
atómica como una revelación, un apocalipsis, que muestra lo frágil que siempre
ha sido el mundo.
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Lewis reflexiona diciendo: En una forma pensamos demasiado sobre la bomba atómica. ¿Cómo vamos a vivir en una era atómica?, Estoy tentado a responder: "Pues, como habrías vivido en el siglo dieciséis cuando la plaga visito a Londres casi cada año". O como vivirías en la era de los vikingos, cuando asaltantes de Escandinavia podrían aparecer y degollarte cualquier noche; o de hecho como ya estas viviendo en la era del cáncer, la era de la sífilis, la era de la parálisis, la era de los ataque aéreos y la era de los accidentes automovilísticos".
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Y continua...
En otras palabras, no comencemos exagerando lo novedoso de nuestra situación. Créeme, querido señor o señora, usted y todos los que usted ama, ya estaban sentenciados a la muerte antes de que la bomba atómica fuera inventada. Este es el primer punto que debemos tener en mente. Y la primera acción que debemos tomar es recobrar la calma. Si todos vamos a ser destruidos por una bomba atómica, permitamos que esa bomba nos encuentre haciendo cosas sensibles y humanas -orando, trabajando, enseñando, leyendo, escuchando música, bañando a los niños, jugando tenis, conversando con amigos a la luz de una pinta y un juego de dardos -no amontonándose como ovejas aterrorizadas y pensando en bombas. Ellas pueden destruir nuestros cuerpos (hasta un microbio puede hacer eso) pero no tiene porque dominar nuestra mente.
Fuente: Bite