El Amor de Dios

Se puede decir que el amor es la clave de la visión bíblica de Dios y su acción en el mundo, la cual tiene su fundamento en la creación y en la redención, que son sus máximas expresiones. En ambas Dios se da a la humanidad sin más razón que la de amar totalmente, sin posibilidad de recibir nada equivalente a cambio. 

El Amor de Dios
Leandro Bassano

El pensamiento cristiano lo resume en una breve y significativa expresión: «Dios es amor» (1 Juan 4:8). La historia de la revelación de Dios puede leerse a la luz de un amor que se expresa y se descubre progresivamente hasta su total plenitud en Cristo. Dios ama su pueblo (Jer. 31:3; Os. 3:1; Sof. 3:17) con tal intensidad que se puede hablar analógicamente del celo divino.

Nada tan conmovedor para el judío piadoso como la imagen de un Dios celoso del amor de sus criaturas, tan profundamente interesado por llenar su corazón como pueda estarlo un marido enamorado de su esposa. Comenzando por el Edén y pasando por la elección de Israel hasta la formación de la Iglesia, vemos que el amor de Dios es la base de su relación con los hombres, frente a concepciones religiosas que presentan a los dioses como amos y señores despóticos de la Humanidad. Los mismos griegos pensaban que el amor es una aspiración de lo inferior a lo superior, de modo que el ser amado es más perfecto que el amante, por lo cual los dioses no aman. En la concepción bíblica, el amor es descendente, va de lo superior a lo inferior, algo similar a un poder regenerador que se manifiesta en su aprecio de lo «no amable», incluso de lo despreciable, ya que hace de lo malo bueno. En palabras el apóstol: «Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro. 5:8). Las vicisitudes que llevan a Israel a constituirse como pueblo, manifiestan el inmerecido amor divino que escoge y elige, que defiende y libera, que protege y mantiene sus promesas (Dt. 4:34-38; 7:7; 10:15). A pesar de las repetidas infidelidades del pueblo, Dios corresponde siempre a través del perdón y de la protección que definen su amor. Comparaciones

Los profetas hablan en varias ocasiones del amor de Dios a Israel a partir de la misma experiencia del amor conyugal. Oseas lo hace desde el límite del amor, que es la infidelidad. Ezequiel utiliza la categoría de la fidelidad de Dios a su promesa y su intención de renovar su alianza con el pueblo; Jeremías, recuperando el mismo lenguaje metafórico, afirma: «Con amor eterno te he amado; por tanto, te he prolongado mi misericordia» (Jer. 31:3). De todas formas, en muchos aspectos esta etapa de la revelación del amor sigue estando marcada por una fuerte connotación legal. El Dios que ama es el que lleva a cabo una alianza y el que da una Ley que ha de observarse con pena de perder su protección. El acontecimiento de la encarnación de Dios en Cristo pone de relieve el compromiso mismo de Dios con nosotros. No hay más mediaciones, sino que Dios se revela directamente a sí mismo en la persona del Hijo (Juan 3:16; 1 Juan 4:9).

Dios se da a conocer en Jesús (Jn. 1:18); manifiesta su amor en la salvación del pecador (Ro. 8:39; 1 Jn. 3:1). Jesús es más que el mesías-salvador esperado (Lc. 2:11), es además el Hijo (Mc. 1:11; 9:7; 12:6), a quien el Padre ama (Jn. 3:35; 10:17; 15:9), propiamente uno con él, Dios en la misma medida que el Padre (Jn. 1:1; cf. 10:30-38). Sorprendentemente, el amor de Dios en Cristo se revela de un modo intenso y paradójico en el sufrimiento de la cruz. Es el acto supremo del amor divino (Juan 15:13). El escándalo de la cruz no es sino el escándalo del amor. En ella se manifiesta en toda su plenitud el amor del Dios que elige y se desposa con la humanidad pecadora (Ef. 5:25ss; Gal. 2:20).