El Amor de Dios para los Judíos

El amor a Dios es desde el principio el mandamiento fundamental, pues al ser Dios el Ser Supremo, a Él le corresponde en propiedad ser el primer objeto del amor religioso del hombre, y en especial de los que se consideran como objetos de su gracia y misericordia (Dt. 6:4; 11:1; 30:16; Jos. 22:5; 23:11; Mt. 22:38; Mc. 12:28). 

Judíos
Maurycy Gottlieb

Los judíos piadosos cantan con el salmista su amor a Dios: «Yo te amo, Señor; tú eres mi fuerza» (Sal.18:2); «yo amo al Señor, porque escucha el grito de mi súplica» (Sal. 116:1). «Amad al Señor todos sus fieles» (Sal. 31:24). El Templo de Jerusalén, al ser la Casa de Dios y signo de su Presencia, se convierte para el israelita en objeto de su amor, ya que es allí donde encuentran a Dios y experimentan su presencia salvífica. El piadoso hebreo desea ardientemente la visión de Dios en su casa, lo mismo que anhela la cierva las fuentes de agua fresca; allí es realmente donde contempla el rostro del Señor (Sal. 42:2). El salmista siente un amor apasionado por el Templo de Jerusalén, lugar de la gloria divina (Sal. 26:8).

Sión es la ciudad amada por el Creador, que ha hecho morar en ella su sabiduría. Por eso hay prosperidad para todos los que aman a Jerusalén (Sal. 122:6). En segundo lugar, la Torah, en cuanto expresión de la voluntad divina, es también objeto de amor: ¡Cuánto amo tu ley! Todo el día ella es mi meditación (Sal. 119:97; 113; Sal. 34:14; Is. 56:6). En la literatura posterior se entenderá la Torah como la suprema manifestación de la sabiduría divina. Los sabios de Israel no se cansan de exhortar a amar la sabiduría, mostrando los efectos benéficos de ese amor (Sabiduría 1:1). «Adquiere la sabiduría...; no la abandones y ella te guardará, ámala y ella te custodiará» (Prov. 4:5-6).

Para el Cristiano

En el cristianismo naciente se agudiza el sentido del amor, por lo cual se entiende a sí mismo como lo contrapuesto a una religión de temor, ya que «en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4:18). Por tanto, el amor pasa a ser el signo expresivo que tiene que caracterizar a la vida de los cristianos. Constituye «el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio» (1 Juan 2:7) y que figura como condición para ser reconocidos como cristianos: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros» (Juan 13:35). Sin amor, el cristiano no es nada (1 Cor. 13:1-13).

El amor es la condición constitutiva del ser creyente; todo será vano, incluso el acto supremo con que se decida a ofrecer su propia vida en el martirio, si no es expresión del amor (1 Cor. 13:3). Pero el amor no se entiende nunca como una sentimiento vacío, como una pasión emocional, sino como un modo de ser y actuar que se concreta en el cumplimiento de todos los mandamientos que tienen que ver con Dios y el hombre (1 Juan 5:3; 2 Juan 6). Así el amor llega a su plena realización, la comunión con Dios en conformidad con su voluntad (Juan 15:10) y la comunión con el hombre en respeto a la justicia. El que ama conoce a Dios (1 Juan 4:7); este conocimiento según el lenguaje bíblico, indica una existencia de comunión íntima, como la que reina entre el Padre y el Hijo en su vida intratrinitaria (Juan 10:14). De ahí que el amor que se expresa en la acción sea también criterio para juzgar la verdadera fe y las verdaderas manifestaciones del amor a Dios. «Tú tienes fe, yo tengo obras: muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (Santiago 2:18). «Si alguien dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es mentiroso» (1 Juan 4:20). El importante dicho paulino: «la fe que obra por medio del amor» (Gal. 5:6) es la piedra fundamental de la teología cristiana que armoniza el doble aspecto de la única realidad cristiana: fe-amor. Jesús acusa sobre todo a los escribas y fariseos de amar a Dios solo de labios, mientras que su corazón está lejos de él (Mc. 7:6). Realmente no aman a Dios, pues no cumplen sus mandamientos. En el fondo, según la concepción cristiana, el amor a Dios es el don celestial por excelencia concedido por el Padre y dado por medio del Espíritu Santo (Ro. 5:5; 2 Cor. 13:13; Ef. 6:23; 2 Tes. 3:5; Judas 2:21). El amor incondicional y absoluto a Jesucristo (Mt. 10:37; Lc. 14:26; 1 Cor. 16:22; 1 Pd. 1:8) no representa un acto de idolatría e infidelidad al amor religioso debido única y exclusivamente a Dios, sino que es interpretado como el cumplimiento cabal del amor a Dios, toda vez que «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo» (2 Cor. 5:19). Presupuesta la identidad entre Jesús y Dios, no hay contradicción posible; el que ama al Hijo ama también al Padre que lo engendró (Juan 5:1). El que ama a Jesús es amado por el Padre y por el Hijo (Juan 14:21).