La Sangre que Clama

A nivel teológico sabemos que la sangre es la portadora de la vida en un sentido mas amplio del que la mayoría le da en la hematología. Por un lado, en el Génesis al hombre se le da la orden de no consumir la sangre de los animales por ningún motivo y mucho menos la de un ser humano, para evitar tanto el deseo como la satisfacción del acto, que podrían considerarse como los motivos principales que impulsan al hombre a la impureza.



Un Camino hacia la Impiedad

No paso mucho tiempo para que este mandato fuera quebrantado directamente en la segunda generación humana teológicamente hablando, dada por la Biblia, representada por los dos hermanos mas conocidos de la historia, Caín y Abel. La terrible diferencia que hubo con relación al mandato inicial, fue que en este caso la envidia como producto del rechazo, que no es más que una de las muchas distorsiones del deseo humano, termino por derramar la sangre de Abel a manos de su hermano Caín.


Ante este panorama, debemos tomar en cuenta que a Abel se le presenta como un símbolo de obediencia, agrado y justicia, por ende al hacer alusión a uno es aludir automáticamente al otro, por el gran contraste que hay entre ellos (Agrado/Desagrado), en este caso no profundizaremos en que si fue correcto o no la ofrenda de Caín, ya que por ningún punto de vista habrían motivos suficientes para asesinar a su propio hermano, dado que ni siquiera Dios lo hizo con el al ver lo que hizo, ademas Caín no seria el único a quien Dios le rechazaría una ofrenda.


Siete veces en once versículos (Génesis 4.2-11) se destaca que son hermanos, enfatizando claramente la depravación de Caín, cargado de envidia a tal punto de llegar a cometer un fratricidio. Dentro de la historia en sí, Abel es resueltamente un personaje secundario que proporciona la ocasión para la acción principal, "El derramamiento de sangre", considerado como el primer asesinado.




La Sangre de Abel

En el Nuevo Testamento Abel recibe una corta pero importante mención, primero por parte de Cristo mismo. En pasajes paralelos de Mateo 23:35 y Lucas 11:51, Jesús aprovecha la historia de Abel para reforzar su discurso contra los escribas y los fariseos: 


¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías. 

Mateo 23:33-35 

De esta forma, Abel recibe para siempre la etiqueta de Modelo A, símbolo eterno del santo mártir, asesinado por alguien que lo odiaba o envidiaba por sus obras justas; a lo que se deduce que provenía del maligno (1 Juan 3:12).


El autor de Hebreos contrasta a Abel, orientado hacia la fe, con su hermano que prefería las malas obras: 

Por fe Abel ofreció a Dios mejor sacrificio que Caín.

Hebreos 11:4 


En Hebreos 12 el autor emplea otra alusión a Abel, contrastándolo esta vez no solo con Caín, sino con el mismo Jesús: 

A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. 

Hebreos 12:24 


El autor está aludiendo obviamente al relato del Génesis donde el Señor pregunta: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra» (Génesis 4:10). La sangre de Abel pedía justicia, lo cual era correcto, pero la sangre de Jesús habla de perdón y misericordia, a pesar de tener motivos suficientes (como Abel) para vengarse de aquellos que lo ofendieron y humillaron hasta la muerte.



El Clamor del Justo

Un análisis más detallado de la narrativa de Abel enfatiza cuán proféticas son las palabras de Hebreos 11, con su seguridad de que «por fe, estando muerto, aún habla» (Hebreos 11.4). Abel perdura a través de los siglos como símbolo de obediencia junto con una religión de justicia por fe. Asimismo, representa a todos aquellos que han sido asesinados simplemente porque llevaron a cabo una obra justa y fueron mártires inocentes de la causa de Dios. La sangre de Abel sigue clamando desde la tierra, como un grito de advertencia para quienes se oponen a la justicia y un grito de esperanza para los justos muertos que esperan el día de la gran redención (Apocalipsis 6:10), y ni hablar de la sangre de Jesús que actualmente sigue dando vida a todo aquello que aparenta estarlo, con el fin de también justificarlo ante el Padre.