El Ángel de Yahvé

Del hebreo maleakh Adonay = ángel de Yahvé, llamado también maleakh Elohim = ángel de Dios. Todo ángel que Dios envía a ejecutar sus órdenes puede ser llamado ángel de Yahvé (2 Sam. 24:16; 1 R. 19:5, 7), pero no «el» Ángel de Yahvé. Este misterioso ser evidencia un orden totalmente distinto al resto de los ángeles; es una figura singularísima que, tal como aparece y como actúa en muchos textos bíblicos, debe considerarse superior en dignidad a todos los demás. Mientras que en algunos textos se presenta como alguien claramente distinto de Dios y como intermediario suyo (Num. 20:16; 2 R. 4:16), en otros parece confundirse con él, actuando y hablando como si de Dios mismo se tratara (Gn. 16:7; 18:10; Ex. 3:2, 4; Jos. 5:13-15; Jue. 6:12-22; Zac. 1:10-13). 

El Ángel del Señor

Resulta muy difícil distinguir y separar al Ángel de Yahvé del mismo Yahvé, ya sea del El Dios que actúa como exterminador de los enemigos de Israel en la salida de Egipto (Ex. 12:29) o del que más tarde aparece como Ángel de Yahvé exterminador de los ejércitos de Senaquerib (2 R. 19:35). 


El Mensajero Oriental

Según las costumbre antiguas y el modo de expresión semítico, el Ángel, en tanto que es mensajero del Altísimo, habla y actúa en primera persona, interpretando y traduciendo para el hombre la voluntad divina; era habitual que los mensajeros orientales, para comunicar el mensaje de su señor, lo aprendieran de memoria y lo repitieran en primera persona, en nombre de quien les había enviado. En consecuencia, y sin excluir interpretaciones, el «Ángel de Yahvé» es básicamente el especial mensajero de Dios que habla en su nombre. 

Aparece por primera vez en la Biblia cuando Agar huye de Sara (Gn. 16:7-13). Sale a su encuentro mientras ella vaga por el desierto y le promete su bendición y la multiplicación de su descendencia. Significativamente, el Ángel tiene poder y autoridad para pronunciar bendiciones. Se muestra más tarde en el sacrificio de Isaac a fin de evitar la muerte del joven (Gn. 22:11-18), y luego con mayor frecuencia en los momentos más dramáticos de la historia de Israel, desde la salida de Egipto y el paso del mar Rojo hasta la invasión de potencias extranjeras (Ex. 3:2-6; Num. 22:22; Jue. 6:11; 2 R. 1:3).

Se apareció a los profetas, en especial a Elías (2 R. 1:3-4, 15). Es el protector por excelencia del pueblo de Dios (Sal. 34:7; 2 R. 19:35-37; 2 Cro. 32:21; Is. 37:36). En la tradición judía posterior, su papel parece ser bastante reducido, pero volvemos a hallar de nuevo su figura en los relatos de la infancia de los evangelios (Mt. 1:20; 2:13, 19; Lc. 1:11; 2:9). 


La Imagen de Dios

El Ángel de Yahvé revela la faz de Dios (Gen. 32:30); el nombre de Yahvé está en él (Ex. 23:21) y su presencia equivale a la presencia divina (Ex. 32:34; 33:14; Is. 63:9). Su nombre es «Admirable» (Jue. 13:18), designación aplicada al Mesías en la profecía de Isaías 9:6: «Y se llamará su nombre: Admirable» (en hebreo es el mismo término). A partir de todo ello se puede llegar a la conclusión de que el Ángel de Yahvé no solo designa un mensajero, sino a Dios mismo en sus intervenciones en este mundo. Es la teofanía o manifestación sagrada del Dios invisible, a quien nadie ha podido ver jamás (Ex. 33:20; Jn. 1:18; 1 Ti. 6:16), pero que a veces se presenta en la experiencia de Israel.

De modo que el Ángel de Yahvé, al igual que la gloria de Yahvé, es el punto de contacto personal, por decirlo de algún modo, entre Dios e Israel. De la misma forma que el Ángel de Yahvé manifiesta visiblemente al Dios invisible en el Antiguo Pacto, en el Nuevo Testamento es el Hijo Unigénito quien lo ha manifestado en su encarnación; por lo que desde la óptica cristiana se piensa que el Ángel de Yahvé es una revelación del Logos (Espíritu Absoluto), es decir, del Hijo de Dios preexistente.