El Agua y su Simbología Bíblica

El agua ha tenido un peso muy grande con respecto a su simbolismo, desde tiempos muy antiguos. Se le considera como el principio y el final de todo ciclo histórico o cósmico, al ser la sustancia primordial de donde nacen todas las formas y a la cual vuelven por regresión o cataclismo, como lo fue en el Diluvio. Esta idea ya se encuentra en los babilonios, quienes habían considerado el agua como uno de los tres elementos constitutivos de la materia, y también en la tradición védica, según la cual el agua es la fuente de todas las cosas y de toda existencia. Ahora bien, para el judaísmo era la "Fuente de vida", elemento clave para garantizar la supervivencia y el desarrollo de la vida humana, animal y vegetal, por ser el símbolo del poder vivificador de Dios, presente desde la eternidad. 

El Bautismo

Origen Negativo

En el AT Dios es presentado como fuente de agua viva (Jer. 17:13) en cuya cercanía el piadoso puede vivir (Sal. 1:3; Jer. 17:8); también Jesús se llama a sí mismo agua viva (Juan 4:10); quien cree en él, se convertirá a su vez en fuente de vida (Jn. 7:37s). A pesar de que también se le representa en una forma negativa, ya sea como símbolo de la vanidad de la vida y de su caducidad (Sal. 22:15; 2 Sam. 14:14), la naturaleza pecaminosa del hombre (Job 15:16), figura de peligro de muerte (Sal. 18:17; Job 27:20); también al desaliento se le llama agua (Jer. 7:5),  los historiadores de las religiones ponen en evidencia el hecho de que para la conciencia religiosa las aguas simbolizan el conjunto de «posibilidades», en ellas puede germinar todo tipo de cosas, tanto buenas como malas. Las aguas pueden ser vivificantes, pero también pueden ser mortales, dependiendo de quien las origine.


El Agua que Purifica

El agua es el símbolo principal de purificación y limpieza espiritual en el ámbito bíblico. Los hebreos la usaban en las abluciones, que eran bastante frecuentes por el Sumo Sacerdote cuando entraba al Atrio. Se sabe que la comunidad de Qumrán practicaba estas abluciones varias veces al día, sometiéndose estrictamente a las prescripciones de la Ley de Moisés. El profeta Ezequiel presenta la obra de restauración de Israel como una operación de purificación mediante agua pura, que es a la vez regeneradora: «Seréis purificados de todas vuestras impurezas. Os purificaré de todos vuestros ídolos. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ez. 36:26), lo que indirectamente nos ayudaría a comprender un poco mas sobre los motivos del Diluvio. La Palabra de Dios es comparada con el agua (Efe 5:26 refiriéndose al baño ceremonial de la novia en las bodas del Cercano Oriente.), en cuanto que vivifica y transforma la existencia humana (Juan 15:3).

Aquí los creyentes, como las ramas de la Vid (Jesús) que el labrador ha podado, y que ahora son aptos para llevar fruto estando unidos por la fe y por la caridad, puesto que han permanecido en las dificultades y trabajos el evangelio (Lucas 22,28). Parece aludirse aquí a lo que se mandaba en el Levítico 19:23-24, acerca de las vides: su fruto por espacio de tres años era inmundo, al ser un árbol no circuncidado (podado o purificado); por lo que no se comía de su fruto. Ahora el Señor, al podar o limpiar a sus discípulos durante su ministerio (periodo en el que eran incircuncisos) serán los portadores de un fruto digno al igual que todo aquel que desee ser parte de la Vid Verdadera. 


Agua y Sangre

El agua y la sangre incluyen todo lo que es necesario para nuestra salvación. Nuestras almas son lavadas y purificadas, por el agua, para el cielo. Somos justificados, reconciliados y presentados como justos, por la sangre, a Dios. El Espíritu purificador para el lavado interior de nuestra naturaleza se obtiene por la sangre, al cumplir la condena de la ley. El agua y la sangre fluyeron del costado del Redentor sacrificado. Él amaba a la Iglesia y se dio por ella para santificarla y limpiarla con el lavamiento del agua por la palabra; para presentar una Iglesia gloriosa, Efesios 25-27.

Tres dieron testimonio de las doctrinas de la persona de Cristo y su salvación. El Padre, repetidamente, por una voz desde el cielo declaró que Jesús era su Hijo amado. La Palabra declara que Él y el Padre eran Uno, y que quien lo ha visto a Él, ha visto al Padre. También el Espíritu Santo descendió del cielo y se posó en Cristo en su bautismo; Él había dado testimonio de Cristo por medio de todos los profetas, y dio testimonio de su resurrección y oficio de mediador por el don de poderes milagrosos a los apóstoles. 

Hubo tres testimonios para la doctrina enseñada por los apóstoles, respecto de la persona y salvación de Cristo.


1. El Espíritu Santo. Venimos al mundo con una disposición carnal corrupta que es enemistad contra Dios. Que esto sea eliminado por la regeneración y la nueva creación de almas por el Espíritu Santo, es testimonio del Salvador.


2. El agua: establece la pureza y el poder purificador del Salvador. La pureza y la santidad actual y activa de sus discípulos están representadas por el bautismo.


3. La sangre que Él derramó: este fue nuestro rescate, esto testifica de Jesucristo; selló y terminó los sacrificios del Antiguo Testamento. Los beneficios procurados por su sangre, prueban que Él es el Salvador del mundo. No es de extrañarse que quien rechace esta evidencia sea juzgado por blasfemar del Espíritu de Dios.


El Agua en el Bautismo

El comienzo del Evangelio de Jesucristo coincide en Marcos con su bautismo, pues este es un testimonio de la obra de Dios que hace nuevas todas las cosas. «Jesucristo vino mediante agua y sangre» (1 Juan 5:6), como la promesa de una nueva creación que en él comienza y se realiza: el Reino de Dios. La teología cristiana ha visto en Cristo un segundo Noé, que salva a la humanidad en el arca de su cuerpo, que es la Iglesia. 

Estamos corrompidos por dentro y por fuera; por dentro, por el poder y la contaminación del pecado en nuestra naturaleza. Porque nuestra limpieza interior está en Cristo Jesús y por medio de Él, el lavado de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo. Algunos piensan que aquí se representan los dos sacramentos: el bautismo con agua, como señal externa de regeneración y purificación por el Espíritu Santo de la contaminación del pecado; y la cena del Señor, como señal externa del derramamiento de la sangre de Cristo, y de recibirle por fe para perdón y justificación. Estas dos maneras de limpiarse estaban representadas en los antiguos sacrificios y lavados ceremoniales. 


Debemos recordar que en el bautismo cristiano, la inmersión en el agua simboliza tanto la muerte como el renacimiento espiritual (Ro. 6:3-4; Col. 2:12), la extinción del mundo antiguo seguido de la reintegración en la nueva creación hecha posible por la fe en Cristo. 

“El agua —escribe Tertuliano: Ha sido la primera sede del Espíritu divino que se cernía sobre ella. El agua es a la primera que se le ordena la producción de criaturas vivas. Es el agua la primera que produce lo que tiene vida, para que no nos asombrásemos cuando un día diera a luz la vida en el bautismo” (De Baptismo III-V). 


En otro lugar, el apóstol Pablo ve en el bautismo la culminación de los acontecimientos bíblicos relativos a la constitución del pueblo de Israel: recuerda las aguas que el pueblo tuvo que atravesar milagrosamente en otro tiempo para llegar a la Tierra Prometida y también el paso del mar Rojo bajo la guía de Moisés: «Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar; todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar»