El Canto de Ana

Ana que en hebreo es Jannah = favorecida», y griego Anná = «gracia», fue una de las dos esposas de Elcana y madre del profeta Samuel. Su historia consta de una anunciación, que puede compararse con la de la madre de Sansón, y de un canto semejante a los de Miriam y Débora. Ana aparece como la preferida de su marido, lo que provoca los celos de la otra esposa, que la afrenta por ser estéril, presentando el hecho como castigo de Dios. 

Profeta Samuel

En una de las visitas al santuario de Silo, Ana hace un voto al Señor: si le da un hijo varón, será nazireo o nazareo, consagrado de Dios, de manera que no se cortará nunca el cabello (1 Sam. 1:11). La Septuaginta añade que no beberá nada fermentado, Jueces 13:5. A diferencia de la madre de Sansón, Ana no habla con su marido, ni le pide ayuda, ni deja que él decida lo que ha de ser su hijo, sino que es ella misma la que toma la iniciativa. En este contexto se sitúa la intercesión del sacerdote, que presenta ante Dios la petición de Ana (1 Sam. 1:19-20).

El Fruto de la Petición

Tal demanda es concedida y tiene un hijo. Es ella, la madre, la que impone el nombre a su hijo, llamándole Samuel, palabra que guarda semejanza con el verbo shaal = pedir. El texto señala una etimología popular, ya que, científicamente, la raíz verbal hebraica debía ser shawl. Elcana y su familia suben al santuario de Silo para sacrificar y cumplir su voto; Ana no acudió, prefiriendo subir después de la lactancia del niño, lo que solía hacerse al cabo de dos años y medio (2 Mac. 7:27) o tres. Tras ese tiempo, toda la familia sube de nuevo al santuario y ofrece, junto con el niño, un toro de tres años (Gn. 15:9), un efá (36 litros) de harina y un odre de vino (Núm. 15:8-10). El niño es presentado a Elí. Puesto que Dios se lo ha regalado, quiere Ana que quede en propiedad de Dios, sirviéndole en el santuario (1 Sam. 1:24-28). 

El Canto Profético

En el texto hebreo se halla un juego de palabras a base del verbo shaal, pero queda manifiesto el pensamiento que se quiere expresar. A continuación, Ana eleva a Dios un canto de agradecimiento que es al mismo tiempo una profecía (1 Sam. 2:1-10) y una de las expresiones más significativas de la fe de Israel desde la perspectiva de una mujer, que aparece como profetisa del pueblo, pues «ve» lo que ha de pasar e interpreta la historia israelita desde el punto de vista divino. Madre profética, símbolo del pueblo, se eleva hacia Dios y canta. Su vida es firme y puede «reírse» de sus adversarios, pues celebra y canta al Dios que ha revelado su poder a favor de los israelitas, descubriendo y declarando que la tierra es ya lugar seguro para los fieles del Señor. De esa manera, su misma vida se vuelve liturgia y su palabra se hace canto para todos los israelitas. El corazón de Ana se regocijaba, no en Samuel, sino en el Señor. Ella mira más allá de la dádiva y alaba al Dador. Se regocija en la salvación del Señor y en la expectativa de su venida, la de Aquel que irradia esperanza.

Ella, antes estéril y ahora madre, descubre que su vida (la vida de su pueblo) se ha vuelto fecunda y así lo formula en este canto, ampliando su experiencia a todo el pueblo de Israel, que antes parecía estéril, al borde de la muerte, y que ahora empieza a mostrarse fecundo y abundante. Este canto de la madre profética expresa y promueve un cambio cualitativo, que la tradición israelita identificará más tarde con los ideales mesiánicos formulados por los grandes profetas. Ana descubre y formula el triunfo de los débiles/pequeños, no por efecto de su propio poder o merito, sino como expresión de la fuerza de Dios, que promueve la victoria de los pobres/débiles/pequeños, pero no con el fin de que sean como fueron los antes poderosos/opresores, sino para expandir sobre la tierra un tipo de vida que no consiste en el triunfo de la fuerza bruta (1 Sam. 2:9). Los fuertes pronto son debilitados y los débiles pronto son fortalecidos, cuando a Dios le place ¿Somos pobres? Dios nos hizo pobres, lo cual es una buena razón para que estemos contentos, y aceptemos nuestra condición. ¿Somos ricos? Dios nos hizo ricos, lo cual es una buena razón para que estemos agradecidos, le sirvamos jubilosamente y hagamos el bien con la abundancia que Él nos da. Dios no se rige por la sabiduría del hombre ni de sus supuestas excelencias, sino que elige a quienes el mundo rechazas y considera necios, y les enseña a sentir su culpa y a valorar su salvación preciosa y gratuita.

Al final del canto, se hace una referencia explícita al ungido de Dios, al rey que preanuncia al Mesías: «Dios juzga los confines de la tierra; dará poder a su rey y erguirá la frente de su Ungido» (verso 10). Son muchas las hipótesis que se han propuesto para determinar a qué personaje en concreto tiene ante su mente el autor. Muchos ven en las palabras una alusión explícita y exclusiva al Mesías; otros, quizá con más propiedad, creen que el autor habla del rey David, en cuanto que preanuncia la llegada del Mesías. Samuel, de hecho, ungiría al rey David, tipo del rey por antonomasia, Jesucristo. Esta profecía mira al reino de Cristo, ese reino de gracia del cual Ana habla, luego de haber hablado largamente del reino de la providencia. Y aquí es la primera vez que nos encontramos con el título Mesías o Ungido.