El concepto de alianza forma parte de la
vivencia social humana con Dios, el cual lo adopta en la revelación por vía de analogía (“Dios no es
hombre”, Números 23.19) para expresar el tipo de relación que busca con su pueblo. En el
antiguo Oriente se formalizaban corrientemente pactos o alianzas de vasallaje en los que
un señor poderoso prometía proteger al débil a cambio de un compromiso de servicio (Josué 9:11-15).
Las alianzas jamás se imponían, se limitaban a
consignar los deseos de las partes contratantes, que así se obligaban a una fidelidad mutua
y a una relación de amistad. Se comprometían con juramento y procedían a un rito que
implicaba maldición para el transgresor. El paso de los contratantes, por entre las dos
mitades de animales sacrificados al efecto representaba de manera muy cruda la suerte de
quien infringiera el pacto. Las relaciones generadas por la alianza no eran meramente
jurídicas, sino que exigían esencialmente una actitud amistosa, solidaria y leal. La
infidelidad a la alianza se consideraba un crimen tan grave que exoneraba a la otra parte de
sus obligaciones.
Eran especialmente importantes las alianzas entre personas de
condiciones desiguales: vencedores-vencidos; reyes-vasallos. La igualdad entre los
contratantes no era, por lo tanto, el elemento esencial de la alianza, con lo que su iniciativa
y la determinación de sus cláusulas partían siempre de la parte más elevada, que
manifestaba una actitud solidaria con la más débil. Esta, a su vez, se comprometía a cumplir
con su parte, de tal manera que se veía elevada a la comunión. El juramento con el que se invocaba al mismo Dios como testigo y garantía de lo que se
realizaba, le daba a la alianza un cierto carácter de sagrado que introducía a los contratantes en
una condición nueva y los impulsaba a compromisos mutuos, no solo vinculantes en el
plano social, sino también en el religioso.
El Pacto con Israel
En el Antiguo Pacto el tema de la alianza es el punto de partida de todo el pensamiento religioso,
social y moral del pueblo de Israel, lo que lo distingue esencialmente de las concepciones
naturalistas y míticas del paganismo, aun cuando en ocasiones utilizara
imágenes naturales, como el matrimonio y las relaciones paternales, para designar su
relación con Dios. El Antiguo Pacto conoce toda una serie de alianzas divinas, en cuya presentación se
echa de ver la constante preocupación teológica de Israel por este concepto fundamental de
su fe.
En el Sinaí Dios entra en alianza con las tribus liberadas de la esclavitud de Egipto
elevándolas a la categoría de pueblo de su propiedad. Dios escoge soberanamente a los suyos y decide otorgar un pacto a Israel, a la vez que dicta unas condiciones y le hace unas
promesas (Éxodo 19). La iniciativa de la alianza parte exclusivamente de Dios. Se basa en la
elección gratuita de Israel de entre todos los pueblos, exclusivamente por amor y gracia.
Moisés actúa como mediador designado por Dios (Deuteronomio 7:7).
El Arca de la Alianza, en la
que se depositan las tablas del testimonio, será el recuerdo o memorial del compromiso de
Dios con Israel. Las promesas hechas a Abraham se extienden a todo Israel. Lo antes
exigido al patriarca ahora se reclama a todas las tribus de Israel. La circuncisión sigue
siendo el signo externo para cuantos son integrados en la alianza.
Los profetas aluden indirectamente a la alianza para señalar la singularidad de los
vínculos que unen a Dios con su pueblo; con la imagen de una nueva alianza alimentan la
esperanza y la ilusión de un futuro de bienes, paz y plena comunión entre Dios e Israel. El
Antiguo Pacto resalta continuamente tanto la gratuidad de la alianza, que tiene como fundamento
exclusivo la benevolencia divina, como sus efectos salvíficos (redención, perdón, solicitud,
providencia, misericordia), sin olvidar la necesidad de la libre elección del ser humano.
Dios se asocia con hombres y mujeres para salvarlos y bendecirlos al tomar la iniciativa y
presentar su pacto bajo la forma de un don. La fidelidad del individuo no es sino la
expresión de esa aceptación gozosa, no una adquisición, ni mucho menos la reivindicación
de ningún mérito; el ser humano solo se compromete a observarlo.