El árbol, era el proveedor de la materia prima donde eran colgados o empalados los condenados a muerte durante la ocupación del Imperio Romano en Jerusalén. Era un signo de maldición cuando se utilizaba como patíbulo o lugar de condenación. La persona que era colgada o condenada, manchaba a su paso la Tierra Santa, pues es maldito por Dios (Deu. 21:22).
El Nuevo Testamento nos indica que Jesús tomó esta maldición sobre sí por causa de los transgresores de la Ley (Gálatas 3:13), llevando nuestro pecado en el madero de la cruz (1 Pedro 2:24). En él clavó la sentencia de muerte que se había dictado contra los pecadores (Col. 2:14), de tal modo que Cristo en su muerte opera la transformación del árbol de la maldición en árbol de bendición o vida eterna; el signo de la condenación se transforma en signo de salvación.
Justino Mártir fue el primero en modificar el significado natural de la cruz, el instrumento de tortura bajo el régimen humano, en un significado espiritual más profundo, el «madero» donde se consuma la salvación.
El cristianismo primitivo, sin rechazar el escándalo de la cruz, utilizó la mentalidad de sus oyentes acostumbrada al simbolismo del árbol para presentarles el amplio significado salvífico de la cruz como «árbol de vida eterna».
Para ello disponía además de un rico precedente en la traducción griega del Salmo 95:10 (que en la versión hebrea era el Salmo 96:10), donde se dice que «el Señor reina desde el árbol», tomada por los primeros Padres de la Iglesia como una profecía que confirmaba el carácter paradójico de la muerte de Cristo: allí donde moría como víctima se alzaba victorioso como rey de la humanidad.