Adán en el Antiguo Pacto

Heb. 121 Adam = rojo»; emparentado con ה א» = suelo, tierra». Color de la arcilla que refleja el de la piel humana. Nombre dado al primer hombre creado por Dios. La palabra hebrea aparece en el AT más de 500 veces y casi siempre significa «hombre» o «ser humano» (Gn. 7:23; 9:5-6). Adán es el nombre común para indicar el primer progenitor del linaje humano. Hay divergencias de opinión entre los expertos en semítico cuando intentan explicar el significado de la palabra hebrea. Muchos ven su origen en el sumerio «Adan», o «mi Padre». Flavio Josefo dice que en la antigüedad era común la opinión que hacía derivar el nombre de Adán de la palabra «rojo», aludiendo a la coloración de la piel y de acuerdo con la costumbre egipcia de pintar las figuras humanas que representan a los egipcios de rojo. 

Domenichino

En el Antiguo Pacto

En el relato de la creación, Adán es literalmente el «ser humano», con art. ha-Adam, en sentido inclusivo como varón y hembra (Gn. 1:27). Es hecho por Dios mismo a su imagen y semejanza (v. 26). La palabra «imagen», tselem, suele aplicarse a una estatua o representación, de manera que el ser humano es como una efigie en la que se expresa el original —que es Dios—, la «semejanza», demuth, indica un parecido con Dios difícil de precisar. Para unos el ser humano es imagen/semejanza de Dios por sus cualidades espirituales; para otros por su poder y pensamiento, otros incluso por su forma externa.

La Dualidad en la Creación

El ser humano, ha-Adam, aparece desde el principio como varón-mujer, no como un principio asexuado, ni como un varón del que deriva la mujer (ni como mujer de la que deriva el varón), sino como realidad dual, varón y mujer, sin superioridad o jerarquía interna. El ser humano empieza siendo así varón y mujer, de manera que en principio no se puede hablar de superioridad de uno sobre otro, sino de dualidad personal. En ese contexto, el texto sigue diciendo: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Gn. 1:28). La orden se dirige a varón y mujer, sin establecer diferencias. La bendición propia de Dios no se dirige al padre ni a la madre, sino a los dos, varón y mujer, que deben crecer y multiplicarse, de manera que surjan nuevos varones y mujeres, capaces de llenar la tierra y dominarla. La palabra utilizada aquí para «señorear, dominar» es radah, que significa tener autoridad y organizar, como hace un rey que ocupa un territorio, ejerciendo allí su soberanía; «sojuzgad» (kabash) es un poco más fuerte, se utiliza generalmente para la subyugación de un territorio conquistado, e implica el empleo de la fuerza. Pero en este caso, el dominio de Adán-Eva sobre el hombre no incluye los animales como alimentos: «Os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer» (v. 29), el mismo que compartirán los animales (v. 30). De ninguno modo se justifica aquí la explotación ecológica ni el maltrato animal, usado como alimento. Hombre y mujer son designados como «delegados» de Dios ante el conjunto de la creación para servir a la reproducción y equilibrio de la vida. Como se dirá después, Adán es puesto en el jardín del Edén para labrar y servir, ‘abad, para guardar y proteger, shamar (Gn. 2:15). En este sentido, su privilegio de dominio no está desligado de su obligación de servicio.

La Expulsión del Edén

Eva, la mujer, es creada al constatar Dios la soledad de Adán (Gn. 2:18,20). Eva surge del interior del hombre, de su costilla (vv. 21-22). En esa línea, el hombre (ish) aparece como anterior y la hembra (ishshah) como posterior, aunque luego Adán-Hombre invierta el esquema y diga que todos los vivientes vienen de Eva-Hembra (Gn. 3:20). El siguiente cuadro responde a la presencia del mal en un mundo creado naturalmente bueno por Dios. Movidos por una seducción que procede tanto del exterior, una serpiente astuta, como del interior, la percepción de lo que parece agradable (Gn. 3:6), Eva primero, Adán después, infringen el mandamiento explícito de no como del árbol del bien y del mal. La serpiente no se impone a la fuerza sobre la mujer, sino mediante una sabiduría que se insinúa como poseedora de pensamiento que Dios oculta (Gn. 3:6).

 Al ceder a la tentación comete un acto de rebeldía contra el mandamiento divino, lo que acarrea el mal del mundo, su corrupción. Ciertamente sus ojos fueron abiertos, pero no a un conocimiento superior, sino a su desnudez y desamparo. Aprendieron que eran mortales y que sus vidas estarían llenas de dolor y duro trabajo hasta volver al polvo. Fuera del huerto se encontraron espinas y cardos. La armonía de la creación cesó para siempre. Como dato curiosos, en el libro de los Jubileos 3:28 se dice que cuando Adán y Eva abandonaron el Edén, la boca de todas las criaturas se cerró y ya no pudieron hablar con los humanos.